A la mar con Barbanegra

Soy de la generación que creció viendo Los Piratas del Caribe, es literalmente IMPOSIBLE que no me gusten los piratas. Y por supuesto que en mi mente hay una versión edulcorada en la que un pirata se parece más a Orlando Bloom, muy limpio, pulcro y con todos su dientes bien puestos, que a lo que realmente eran los piratas: bandidos que pasaban su vida saqueando puertos y dedicados al contrabando, con una salud dental con rastros de escorbuto y alguna que otra amputación mal hecha y heridas mal cicatrizadas.

En la cultura popular tenemos varios piratas: el simpático y hábil Jack Sparrow; el de la pata de palo pero que al mismo tiempo es muy culto y cordial si se lo propone, como Long John Silver (de la novela de Robert Louis Stevenson La Isla del Tesoro, 1883); el corsario y explorador Francis Drake que circunnavegó la Tierra entre 1577 y 1580; y algo así como Chayanne si pensamos en su canción “Tu pirata soy yo”. En fin, piratas hay por montones y para todos los gustos.

Pero si vamos a hablar de piratas, hablemos en serio. Hablemos del pirata de piratas. Hablemos del representante de lo piratístico, por así decirlo. Hablemos de Barbanegra.

¡Cuál fue mi sorpresa al descubrir que Barbanegra había estado acá en North Carolina! No sólo estuvo acá, sino que fue en la isla de Ocracoke, en la costa del estado, donde fue perseguido, decapitado en batalla y en donde se descubrieron los restos naufragados de su barco, el The Queen Anne´s Revenge.

Barbanegra parece ser casi un mito, pero no, fue una persona real, de carne y hueso, de la cual poco sabemos de sus primeros años. Por supuesto que Barbanegra, o Blackbeard, era su nombre artístico (sería un poco raro nacer y llamarse “Barbanegra”). Su verdadero nombre era Edward Teach y habría nacido en Inglaterra alrededor de 1680. Hay evidencia de que sabía leer y escribir, por lo que quizás venía de una familia relativamente rica y relacionada al comercio. Como tantos hombres de mar en su época, fue un corsario inglés que atacaba los barcos franceses en las costas de América durante la Guerra de la Reina Ana (1702-1713). Tras la guerra, fue uno más de la enorme cantidad de soldados que quedaron desocupados. ¿Y qué es lo que hace un ex-corsario cesante? Pues hacer lo que sabe hacer: saquear y contrabandear. Además le atinó, porque a principios del siglo XVIII la piratería estaba en auge, no por nada se la llama la “Edad de Oro de la Piratería”.

Para ser un pirata excepcional primero hay que ser aprendiz. Así fue como Barbanegra se puso al servicio del pirata Benjamin Hornigold, cuya base de operaciones era la isla de Nueva Providencia en las Bahamas. Pero luego de un tiempo, Barbanegra se independizó, armó su propio emprendimiento (como se diría hoy día) y logró la capturas de varios barcos con productos que iban y venían de las colonias Americanas y Europa. El más importante de todos fue la captura de un gran buque francés utilizado para el transporte de esclavos que Barbanegra bautizó como The Queen Anne´s Revenge (“La Venganza de la Reina Ana”). Desde ese momento, el barco fue su principal arma de ataque. Lo equipó con 40 cañones y con él se dedicó a saquear ciudades, contrabandear y atacar a otros barcos. 

Barbanegra comenzó a adquirir fama y ganó tantos admiradores como enemigos. De estos personajes históricos siempre hay mucho de “se dice que”, que por momentos nos dificultan el distinguir qué es real y qué no. De Barbanegra se ha dicho de todo: que adquirió ese nombre debido a su larga barba negra y enmarañada que solía trenzar, que antes de cada batalla prendía cerillas que ponía bajo su sombrero y su cabeza parecía estar envuelta en llamas, que siempre andaba con varias pistolas cargadas en el cinturón y otras escondidas en el resto de su ropa, que se casó más de 13 veces (algunas veces con niñas bastante menores de edad)… en fin, ¡era un pirata! Si lo que se cuenta es verdad o no, probablemente no lo sabremos nunca. Pero lo que sí es cierto es que muchas veces la realidad supera a la ficción.

Barbanegra, entonces, hacía de las suyas en su barco y generando temor en sus adversarios, viviendo tal como debe vivir un pirata. Y nada más propio de un pirata que buscar su propio beneficio, incluso si eso significa traicionar a tus amigos. Esto lo sabía bien Hornigold, que luego de haber pirateado durante tantos años decidió aceptar un perdón del rey y se convirtió en corsario. ¿Qué significa esto? ¡Que el antiguo compinche de Barbanegra decidió “dejar la piratería” para dedicarse a perseguir piratas –como Barbanegra– en nombre del rey! Y todo con la esperanza de salvar el cuello de la horca. Moraleja de esta historia: mejor no hacerse amigo de un pirata porque no se sabe cuándo te van a traicionar cual Judas a cambio de unas monedas –o a cambio de salvar la vida.

Esto demuestra que lo mejor que se puede hacer es no fiarse de un pirata. Pero no es lo mismo que pensó el gobernador de Carolina del Norte. El estado no tenía los medios y la infraestructura para poder desarrollar el comercio ni para luchar contra la piratería, por lo que el gobernador decidió otorgarle el perdón a Barbanegra y su tripulación a cambio de un porcentaje del botín de los piratas. ¡Gran jugada! Era un win-win: nadie arriesgaba su cuello en la horca, habría relativa paz en el estado y podría desarrollarse el comercio con tranquilidad, esa tranquilidad de la que carecían los demás estados del continente e islas del Caribe.

Por ejemplo, uno de los ataques más notables de Barbanegra fue al estado vecino Carolina del Sur en la ciudad de Charleston. Llegó al puerto con cuatro naves y cientos de hombres, bañó la ciudad a cañonazos, luego la sitió y tomó a cientos de personas como rehenes. Aquí hay dos versiones de la historia: la primera dice que, como buen pirata, hizo esto para conseguir oro, y que habría conseguido la suma de mil quinientas libras ($533 mil dólares ajustados a la inflación de marzo del 2024). ¡Un buen monto para los piratas! Otra versión dice que Barbanegra hizo todo esto a cambio de un cofre con medicinas porque su tripulación tenía alguna enfermedad de transmisión sexual. En fin, ambas versiones no son excluyentes y se ajustan al perfil de un pirata. Luego de haber conseguido lo que quería, liberó a los rehenes.

Y así, mientras Barbanegra hacía lo suyo en los alrededores, Carolina del Norte se mantenía tranquila. Pero para el gobernador no era del todo fácil este acuerdo con el pirata. Al ser “socios”, Barbanegra asistía a las fiestas organizadas por el gobernador, y ahí hacía gala de sus modales y comportamiento propios de un pirata, acosaba a las mujeres presentes y se emborrachaba junto a su tripulación. 

Un personaje como Barbanegra merece un final digno de Barbanegra: espectacular y dramático. El gobernador de Virginia, cansado de sufrir los embates de Barbanegra, decidió ignorar el perdón otorgado por parte de su colega el gobernador de Carolina del Norte, y se lanzó a la caza del pirata con varias naves a cargo del teniente Maynard. Lo encontró cerca de la isla de Ocracoke. Al verlo, Barbanegra se adentró con su barco en los canales costeros de aguas muy bajas y llenas de bancos de arena, y tanto su barco como el de Maynard quedaron varados. En esto, Barbanegra se subió al barco de Maynard y comenzó una espectacular pelea a espadas entre los dos, pero entre la confusión, los golpes y el forcejeo, Maynard sacó su pistola y disparó a Barbanegra, quien cayó al suelo, donde finalmente fue decapitado por el teniente.

El pirata que había salvado su cuello al aceptar el acuerdo con el gobernador de Carolina del Norte, perdió su cabeza gracias a la persecución ordenada por el gobernador de Virginia. Quizás no había otro fin posible para un pirata como él.


Pero Barbanegra no desapareció del todo. Se ha mantenido vivo en la cultura popular y forma parte del imaginario colectivo sobre lo que eran los piratas en su época. Por eso fue tan impactante cuando en 1996 se descubrieron los restos del The Queen Anne´s Revenge en las costas de Carolina del Norte, en el que se encontraron monedas, varios objetos y páginas de libros que Barbanegra probablemente leía (Un viaje al mar del sur y alrededor del mundo, de Edward Cooke, 1712, por si sentías curiosidad sobre qué leía un pirata de la época). Además, los fanáticos de la piratería hoy pueden hacer tours siguiendo los pasos del pirata por Carolina del Norte en los pueblos de Beaufort, Bath y la isla de Ocracoke. Quizás debería ir a darme una vuelta por allá.

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