Confesarse “a la irlandesa”

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Hace unas semanas empecé a ver una nueva serie en Netflix con mi marido: The Good Place. En el primer capítulo, Eleanor, la protagonista, se despierta luego de morir y se encuentra en una oficina donde un tal Michael le dice que llego al “Lugar Bueno”, una especie de cielo. Ese Lugar Bueno es un barrio aparentemente perfecto donde todo es color pastel y en donde la gente come Yogurt Helado. Guácala.

Tranquilos, ¡no voy a hacer spoilers!  Solo voy a comentar algunas cosas de la serie (que sí o sí recomiendo).

Si bien la serie es aparentemente simple, simpática y absurda, por detrás tiene una serie de cuestionamientos morales que llevan a la reflexión. ¿Existen el bien y el mal? ¿Cómo se define el mal? ¿Puede una persona ser realmente buena?

En algún punto de la serie, se descubre que el Bien o el Mal que cada persona realizó en su vida se contabiliza según un puntaje. Los actos buenos suman puntos, los actos malos restan. El resultado final definiría si alguien va al Lugar Bueno o al Lugar Malo.

¿Qué tiene que ver esto con la Historia?

Bueno, este sistema de contabilizar el bien y el mal me llevó a pensar en los monjes irlandeses medievales. “¡¿Qué?!” Sí, sé que es una relación extraña. Muy extraña.

Para explicar cómo llegué a eso, primero tengo que explicar que, durante los primeros siglos del cristianismo, y hasta casi el siglo X, el sacramento de la confesión o la penitencia no estaba tan pauteado ni tenía un ritual unificado para todos como hoy. Recordemos que las comunicaciones eran mucho más lentas y las decisiones que se tomaban en un lado podían no llegar a conocerse en otro lado. Tener un solo criterio en toda la cristiandad era una tarea complejísima.

¿Cómo se confesaba la gente? Las prácticas variaban en cada lugar, pero en la mayoría de los lugares la penitencia era pública. ¡Imagínense algo más horroroso! Luego de cometer un pecado grave y vergonzoso, tenías que confesarle tu pecado al obispo frente a toda la comunidad. “¡Confieso que le fui infiel a mi señora y que siempre le robo plata a mi vecino y me la gasto en cerveza!”, o algo peor.

Luego de que todos te miran feo, te juzgan y juntan material para pelarte después, tienes que hacer una penitencia durísima y también pública. Recién el Jueves Santo podrías obtener el perdón y quedar limpiecito de pecados (y con menos amigos, me imagino).

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Pero esta forma de confesarse cambió gracias a los monjes irlandeses. Irlanda nunca fue conquistada por Roma, por lo que el cristianismo llegó a la isla más tarde que al resto de Europa. Cuando llegaron los primeros misioneros a Irlanda, como San Patricio, el cristianismo adoptó unas características propias.

Una de las mayores diferencias con el resto del cristianismo es que los monjes irlandeses inventaron y popularizaron la penitencia privada al resto de la cristiandad. ¡Aleluya! Ahora uno podía portarse mal y pasar piolita (y mantener a tus amigos).

Pero, ¿cómo se aseguraban los monjes de que cada pecado tuviera su penitencia correspondiente? ¡Muy fácil! Cada pecado tendría una penitencia asociada. ¡Como el sistema de puntos de The Good Place! Incluso se escribieron manuales o Penitenciales con esta información para que los confesores tuvieran claro qué penitencia debían administrar al arrepentido.

Esta situación suena mucho mejor que lo de la confesión pública, pero las penitencias eran muy, muy duras.

Para poner algunos ejemplos del Penitencial de Finnian (siglo VI):

  • ¿Eras monje y quisiste matar a tu prójimo? Tenías que arrepentirse pasando seis meses en base a pan y agua, y luego pasar otro año más sin comer carne ni tomar vino hasta volver a ser admitido por la comunidad. Ojo, esto era sólo por desear haberlo hecho.

  • ¿Eres un laico y fornicaste? La penitencia consistía en ir desarmado por tres años (¡imagínense no poder portar una espada o arma durante la Edad Media! Una vergüenza total), y quedar desprovisto de la compañía de su esposa, además de ayunar en base a pan y agua durante un año. Luego de esos tres años, había que pagar una suma de dinero y dar limosna.

  • Si un niño moría sin ser bautizado, los padres debían hacer penitencia, ayunar y abstenerse de las relaciones sexuales por un año.

¿Cuáles son mis conclusiones?

  1. ¡Las penitencias eran muy largas y duras! Eran un gran desincentivo para pecar.

  2. Gracias, monjes irlandeses, por hacer que uno no tenga que gritarle sus pecados a la comunidad.

  3. Es muy difícil cuantificar qué tan malo o bueno es un acto. Si alguien tiene una buena receta para saber qué hacer en cada situación, se la agradecería.

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