La hábil jugada del Papa Alejandro VI

Muchas veces, la Historia nos sorprende y la realidad supera a la ficción. Sin ir más lejos, lo que hemos estado viviendo los últimos dos años con la pandemia es casi de película. Pero no voy a hablar hoy día de pandemias y coronavirus, porque qué lata. Hoy voy a hablar de reyes y de Papas.

Pero no de cualquier rey y no de cualquier Papa, sino de Carlos VIII de Francia (1403-1461) y del Papa Alejandro VI o Rodrigo de Borja (1431-1503).

Del Papa Alejandro VI o el Papa Borgia se ha dicho de todo: era corrupto, compró los votos para ser Papa, vivía en un lujo obsceno, tenía una amante y frecuentaba prostitutas, usó su influencia para posicionar a sus hijos (¡sí! hijos del mismo papa) dentro de la Iglesia y con matrimonios estratégicos, planeó asesinatos e intrigas políticas, cometía adulterio… ¡Uf! Se le achaca todo lo que te puedas imaginar.

Más allá de lo moral o inmoral de su rol como cabeza de la Iglesia, no se puede negar de que era muy inteligente y un diplomático experto. Se vio envuelto en muchas guerras y disputas políticas, pero logró salirse con la suya en varias ocasiones.

Un ejemplo de esto son sus relaciones turbulentas con el rey de Francia, Carlos VIII. Carlos quería ser señor de Nápoles, que está al sur de la península Itálica. Peeero, si se convertía en señor de Nápoles, el Papa (en Roma y señor de los Estados Pontificios) quedaría rodeado desde el norte y desde el sur por un enemigo poderoso. Además que para llegar a Nápoles, el rey Carlos tendría que atravesar las tierras del Papa, ¿y quién sabe si no se le ocurría conquistarlas también? Mejor no confiarse de la palabra de los reyes.

Carlos intentó durante harto tiempo que el Papa le diera su apoyo para conquistar Nápoles, pero éste se negaba. Hasta que Carlos, ya cansado de esperar, decide cruzar los Alpes e invadir Florencia y Roma, o sea, ¡hacerse enemigo del mismísimo Papa! Alejandro VI toma una decisión arriesgada: en vez de defenderse con su ejército, decide recibir a Carlos VIII con lujos, banquetes y largas ceremonias. En buen chileno, le hace la pata. ¿Qué obtiene de Carlos? No sólo no conquista Roma, sino que el rey le jura fidelidad al Papa. ¡Plop!

Pero Carlos VIII no era ningún tonto, y a cambio de jurarle fidelidad al Papa, exige llevarse varias mulas cargadas de riquezas y al hijo del Papa, César Borgia, como rehén.

Si bien Carlos VIII no era tonto, Alejandro VI era menos tonto: acepta que su hijo vaya como rehén del rey francés, pero aprovechando el primer alto del ejército, César Borgia se escapa disfrazado de palafrenero (criado a cargo de llevar caballos) junto a algunas mulas. Al día siguiente, ¡sorpresa para Carlos VIII! Se da cuenta de que su rehén no está, que algunas mulas con riquezas tampoco están, ¡y que el resto de las mulas sólo están cargadas con piedras! Una sucia y hábil jugada de Alejandro VI.

Carlos VIII quedará completamente humillado, y finalmente, su ejército será derrotado por las fuerzas del Papa y por un enemigo inesperado: la sífilis. Por su parte, el Papa aumentará su poder político en Europa con otras maniobras diplomáticas.

Toda esta situación es casi como para película.

La moraleja de hoy es: ¡mejor tener al Papa Borgia como amigo!

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