Buscando a Livingstone

Esta es la historia de una búsqueda imposible. Más específicamente, de la búsqueda de un hombre a través de África. Sí, África, una búsqueda por todo un continente.

El susodicho era don David Livingstone, un escocés que a mediados del sigo XIX decidió ser uno de los inauguradores de la era de la colonización británica en África. Sí, sí, ya sé que todos pensamos en la colonización de África y se nos viene a la mente el trato inhumano a los africanos, la explotación despiadada de recursos naturales y la irrupción violenta de la cultura occidental en el continente. Lamentablemente, todo lo anterior sí ocurrió. ¡Pero aún no funemos al señor Livingstone! Hay que decir que su objetivo de ir a África era terminar con la esclavitud. Por lo menos, tenía buenas intenciones.

Es por eso que un buen día de 1840 partió al sur de África para misionar, encontrar rutas de comercio y cartografiar el continente. Él fue quien descubrió —en realidad, es correcto decir que él fue el europeo que descubrió— las cataratas Victoria, en la frontera entre las actuales Zambia y Zimbabue. También cruzó desde Angola a Mozambique, atravesó el Desierto de Kalahari y exploró el lago Ngami en la actual Botsuana. Fue todo un explorador.

En 1866 salió de Zanzíbar para intentar descubrir el origen del río Nilo, que se había mantenido en misterio para los europeos durante siglos. Muchos habían intentado dar con ese origen casi mitológico del famoso río, pero Livingstone no se amedrentó y decidió ir en su búsqueda. Lamentablemente (parte 1), creyó que el origen del Nilo estaba más al sur y no lo encontró; y lamentablemente (parte 2) ¡él mismo se perdió intentando encontrarlo!

Silencio. Durante años, nadie supo del pobre Livingstone. Hubo algunos tibios intentos por parte de Inglaterra para poder encontrarlo, pero no dieron con él, y con los años el misterio de su ubicación aumentó.

Hasta que el director del The New York Herald contrató a un tal Henry Morton Stanley, un periodista galés-estadounidense, para ir a una expedición a África y dar con el señor Livingstone de una vez por todas. Eso sí, no era un acto humanitario, sino una forma de conseguir una buena portada en el periódico.

De cualquier forma, Stanley sale de Zanzíbar en 1871 con 31 nativos de Zanzíbar como escolta, 150 porteadores, 27 mulas, dos caballos y un equipaje “liviano” de 6 toneladas con provisiones, chiches y cachivaches para usar como moneda de cambio. Toda esa parafernalia para encontrar a un solo hombre.

La expedición vagó por la inmensidad de África. Sufrió enfermedades, tormentas, robos. El mismo Stanley se ganó la fama de ser despiadado con los africanos. Pero seguían avanzando.

Hasta que, finalmente, en el poblado de Ujiji (actual Tanzania), Stanley y Livingstone pudieron encontrarse. ¡Aleluya! Livingstone ya no estaba perdido. ¡Aleluya! Stanley había logrado su objetivo y podría escribir un buen artículo para el periódico.

Cuál sería la sorpresa y decepción de Stanley cuando Livingstone le dijo que no tenía pensado volver a Inglaterra y que prefería quedarse en África descubriendo nuevos lugares escondidos para el hombre europeo. ¡Plop!

Así, la misión de Stanley fue un éxito, porque encontró a Livingstone. Pero también fue un fracaso, porque no se pudo traer a Livingstone de vuelta. Por lo menos, obtuvo su portada en el periódico.

¿Y qué fue de Livingstone? Durante unos años siguió aventurándose en el corazón de África, hasta que la muerte lo encontró. Luego su cuerpo fue enviado a Inglaterra y fue enterrado como un héroe nacional.

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